domingo, 21 de diciembre de 2008

El Conde de Montecristo

"Introdujo Dantés la parte cortante del pico entre el cofre y la tapadera, hizo fuerza sobre el mango, y la tapadera, tras rechinar, saltó. Un gran agujero en las tablas hacía inútiles los herrajes, que saltaron también apretando todavía con sus uñas tenaces las maderas rotas por el tirón, y el cofre quedó abierto.
Una fiebre vertiginosa se apoderó de Dantés. Cogió el fusil, lo armó y lo colocó cerca de sí. Primero cerró los ojos, como hacen los niños para ver en la noche centelleante de su imaginación más estrellas de las que pueden contar en un cielo estrellado, luego los abrió y quedó deslumbrado.
Tres compartimentos dividían el cofre.

En el primero brillaban rutilantes escudos de oro de rubios reflejos.

En el segundo unos lingotes mal acabados y bien colocados, que del oro sólo tenían el peso y el valor.

En el tercero en fin, lleno a la mitad. Edmond levantó a puñados los diamantes, las perlas, los rubíes, que, cual centelleante cascada, producían, al caer unos encima de otros, el ruido del granizo en los cristales."